La organización del Resurrection Fest tiene el detalle de brindarnos, a través de sus Route Resurrection, multiples actuaciones a cargo de artistas internacionales que nos hacen menear el cuello como si no hubiera mañana. En una de ellas, los estadounidenses 36 Crazyfists – que hace casi 8 años que no pisaban nuestro país – venían acompañados de sus compatriotas ’68 y All Hail The Yeti para calentar las frías noches invernales de Bilbao, Barcelona y Madrid. A la capital del reino llegaron el pasado 2 de febrero y nosotros nos acercamos a la sala Nazca a darlo todo junto a ellos.
Con un leve retraso sobre la hora pactada, saltaban a escena ’68. El inclasificable dúo de Atlanta fue el encargado de caldear el ambiente que en ese momento todavía era frío, más bien gélido. Tras liderar en el pasado bandas del renombre de The Chariot y Norma Jean, el bueno de Josh Scogin decidió crear hace un lustro un nuevo proyecto al que llamó ’68 y con el que venía por primera vez nuestro país. Durante la escasa media hora de su actuación arrasaron – casi literalmente – con el escenario a base de guitarrazos, efectos de voz, gritos descontrolados y baterías intrincadas, en una verdadera demostración de actitud. Noise rock que combina grandes riffs con un ruido desconcertante. Nikko Yamada, batería del combo desde el pasado otoño, se compenetra con el convulsivo Scogin para crear una muralla de sonido sin fisuras. Elegantes en su vestuario y punkarras a más no poder en sus maneras, ’68 son algo así como unos White Stripes pasados de vueltas. Tras tocar temas de sus dos álbumes de estudio se despidieron del respetable con «Track One» a petición de un auténtico fan que disfrutó de lo lindo de la actuación de una banda que a nadie deja indiferente en directo.
Tras ellos, y llegados desde la meca del cine, All Hail The Yeti saltaron al escenario de Nazca. Pese a ser un grupo menos conocido que ’68, actuaron en segundo lugar por mayor afinidad musical con los protagonistas de la noche. Los angelinos facturan un metalcore estándar; realmente no aportan nada nuevo que no hayamos visto y escuchado ya, pero hay que reconocer su entrega sobre las tablas y las ganas de agradar y ganar nuevos adeptos. Connor Garritty es un torbellino en el escenario y apoyado en el soporte que le facilita las poses, situado en el centro del mismo, se desgañita como si no hubiera mañana sobre las guitarras afiladas y la contundente base rítmica impuesta por sus compañeros. El vocalista se encargaba de agradecer a los asistentes, que poco a poco iban dando color a la sala, su apoyo y calor. Interpretaron un set basado en los dos discos que tienen en el mercado y en algún adelanto del próximo, que publicarán este año, como el poderoso «Slow Season». Su show fue de menos a más, ganando en intensidad y dejando las mejores canciones para el final, donde el protagonismo de su bajista Nicholas Diltz y de su guitarrista Alan Stokes, encargados de las voces limpias, aumentó considerablemente. Temas como «Before The Flames» o «Mr. Murder» dejaron un buen sabor de boca en los tres cuartos de hora largos de que dispuso el combo americano. Curiosamente, en la versión de estudio de «Mr. Murder», All Hail The Yeti cuentan con la colaboración de Brock Lindow, vocalista de 36 Crazyfists. Habría sido un puntazo que hubiera salido a cantarla con ellos, pero nos quedamos con las ganas…
Mientras se producía el cambio de escenario, el público que había ido entrando con cuentagotas durante las dos actuaciones previas, se iba acercando al escenario para disfrutar de cerca de un concierto muy esperado por los fans de la banda de Alaska. En contra de lo que parecía presagiar el comienzo de la noche, la sala Nazca presentaba un gran aspecto, rozando el lleno, cuando 36 Crazyfists hicieron acto de presencia. Brock Lindow, con su gorra calada hasta las cejas, recorría el escenario de lado a lado mientras interpretaba uno tras otro, temazos que marcaron la juventud de muchos de los presentes, y no cesaba de agradecer la asistencia al respetable. Los movimientos espasmódicos con los ojos en blanco del bajista Mick Whitney hacían pensar a más de uno que estaba poseído, quizá estaba en pleno proceso de exorcismo haciendo temblar las cuerdas de su instrumento, que junto a la batería de Kyle Baltus formaban una sección rítmica apabullante. Para muchos, la mezcla de nu metal, hardcore y metalcore no tiene sentido a día de hoy, donde pese a que estamos viviendo un revival del nu metal y el emocore, reniegan de estas etiquetas y estos sonidos que no hace tantos años dominaban la escena rockera. Sin embargo, cuando sonaron temas como «I’ll Go Until My Heart Stops» o «The Heart And The Shape» finalizando el primer tercio del show, el publico se revolucionó y se propagaron los pogos, amén de algún conato de crowd surfing. Tampoco desentonan y son muy bien recibidas, canciones como «Wars To Walk Away From» o «Better To Burn» de su LP más reciente, «Lanterns», el cuál obviamente tuvo gran protagonismo en el repertorio. Ya acercándose al final del set, cayeron clásicos como «Bloodwork» y «Also Am I» con ese brillante solo de Steve Holt que sin necesidad de guitarra de apoyo deleita a los fans de la banda con una suerte que pocos se atreven a acometer. «Below The Graves» dio paso a un breve lapso, amago de bises, tras el que volvieron a saltar a escena para ofrecernos una triada final formada por “Time And Trauma”, una versión del «We Die Young» de Alice In Chains (bastante correcta aunque quizá demasiado atrevida) y una potente “Slit Wrist Theory” con la que 36 Crazyfist pusieron el broche final a una épica noche rompecuellos que muchos llevaban años esperando.
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