Existen miles de grupos que hacen música, mejor o peor, y luego hay un puñado de ellos, que casi se pueden contar con los dedos de la mano, que tienen algo especial… hacen magia. Entre estos últimos está El Altar del Holocausto, un grupo que si no existiera habría que inventarlo. Rodeados del misterio y el misticismo que le dan sus túnicas blancas y el atrezzo con el que engalanan los escenarios que pisan, en la noche del domingo 9 de julio se plantaron en el del Wurlitzer Ballroom, en pleno centro de Madrid, para deleitarnos con su santo metal instrumental.
Madrid era la última parada del VIA CRVCIS TOUR hasta la vuelta de verano. Venían de tocar en el Resurrection Fest – palabras mayores – y querían agradecer a su público de la capital el apoyo con el que han contribuido a tamaña empresa. «Eis Qui Sine Peccato Est Vestrum Primus In Illam Lapidem Mittat» abrió su épica velada. Después, el silencio. Y al grito de «¡hermanos!», toque de Reaper Model al platillo y comienza «Again I say to you, it is easier for a camel to go through the eye of a needle, than for a rich man to enter the kingdom of God» con esos riffs pesados y esas guitaras atmosféricas que dan paso a los respetuosos silencios en los que se puede escuchar la respiración de los músicos y los clics de sus pisadas sobre los pedales de efectos. «Lucas I, 26-38», ¡qué tema tan bonito! es uno de los que mejor resume la esencia de EADH: una base rítmica grave y penetrante en contraste con las notas más agudas y limpias que puedas imaginar para crear unas atmósferas al alcance de muy pocos. No podían faltar los dos temas que componen su última obra de estudio, el EP homónimo de 2016, en los que pudimos apreciar la pulcritud de Weasel Joe a las seis cuerdas y su compenetración con el segundo guitarrista que en noches como ésta complementa EADH, que en este formato cuarteto suena mucho más fino y redondo. Sky Bite, erigido en líder espiritual de la banda, estuvo casi tanto tiempo tocando el bajo entre los fieles como sobre el escenario, haciendo que todos los congregados allí nos sintiéramos partícipes de la homilía. Por desgracia, todo tiene un fin, y nuestros protagonistas hicieron suyo aquello de «lo bueno, si es breve dos veces bueno» y tras apenas tres cuartos de hora abandonaron las tablas. De nada sirvieron los gritos de «¡otra! ¡otra!», «¡hermanos! ¡hermanos!» con los que sus seguidores invocábamos su regreso al escenario. El show había tocado a su fin y nos retiramos, con el alma purificada y la miel en los labios, esperando que su próximo concierto sea más extenso y que venga pronto.
Que Dios los bendiga.
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