Trabajo de lo más curioso el que hoy nos traemos entre manos. Se trata de «El Diálogo Interior», el tercer disco de estudio de Hiagen, y es curioso tanto en su concepción musical como en la historia que rodea a la banda. Pongámonos en antecedentes: Hiagen se formó en el verano de 1996 en un garaje de Luanco (Asturias). A lo largo de tres años, el grupo comenzó a buscar su sonido, partiendo de la influencia de la ola grunge de la época para ir evolucionando hacia un estilo más experimental y atmosférico. Pero tras un fatídico incendio que devoró los instrumentos del grupo a principios del 2000, Hiagen se disolvió. Quedó en el olvido hasta que diez años después, en Madrid, uno de sus miembros originales, decidió retomar el proyecto. Edgar Soberón, voz y guitarra, publicó en solitario y de forma casera «El Increíble Hombre Menguante» en 2013 y a partir de ahí comenzó la búsqueda de músicos con los que refundar la banda. Una vez encontró nuevos compañeros de viaje en la capital del reino, y con el material necesario para la grabación de un nuevo trabajo, se pusieron manos a la obra para grabar «Los Últimos Días De Pompeya» tan solo un año después del debut. Título irónico ¿verdad?. Y ahora, cuatro años después, nos presentan su nuevo disco, un trabajo en el que dan rienda suelta a su creatividad y – ¿por qué no decirlo? – a su bendita locura artística. A continuación, pasamos a escudriñarlo.
Lo primero que nos llama la atención es el cuidado artwork del álbum. El bello diseño satinado exterior da paso a un tríptico con paisajes evocadores y post-apocalípticos que se corresponden con lo mostrado en la galleta y en el libreto desplegable interior. Un gran trabajo a cargo de Igor Casayjardín. Una vez que nos metemos en harina, y antes de desgranarlo musicalmente, hemos de alabar en el apartado técnico el trabajo de grabación y mezcla llevado a cabo por Carlos Santos e Irene Génova en Sadman Studio, sin olvidar la masterización de Jens Bogren en los Fascination Street Studios y el trabajo de producción del propio grupo; todos estos esfuerzos unidos dan como resultado un trabajo compacto con una gran calidad de sonido. En él, no se ponen límites a las ansias de explorar territorios ignotos por parte de Soberón y los suyos. Hiagen conforma su estilo a través de la superposición de géneros como el post-rock espacial, el stoner y el rock progresivo. Las guitarras juegan a tres bandas, Carlos Ramírez e Ignacio López-Rufián se unen al propio Soberón para crear la maraña sonora que mezcla guitarras limpias con distorsionadas, mientras que Silvia Fernández Cociña aporta dinamismo con los teclados, todo ello sobre las intermitentes bases rítmicas creadas por el batería David Fernández Darwin y el bajista Rodrigo Téllez. Es difícil evaluar cada canción de forma independiente, ya que todas forman parte de un todo, un conjunto que llama la atención a primera vista por lo hilarante de los títulos de las canciones, que a su vez se corresponde con la línea de las letras en los casos en que existen. «La Esquina Segura» inicia el redondo de forma contundente, con una melodía oscura, cargada de psicodelia, en la que destaca el rango vocal de Edgar Soberón que me recuerda tremendamente al de Leo López, de los gallegos Pülsar. «Manual Para No Hacer Nada» es enérgico, juega en terrenos cercanos al post-hardcore y cuenta con la colaboración de Moisés Martín en el solo de guitarra. Finaliza empalmada con la siguiente canción, titulada «Como El Tío Gilito». Ésta roza los diez minutos, es prácticamente un tema instrumental, y en ella aparece incluso algunas guitarras acústicas. «Pilotos De Pruebas» es un tema de los que mejor entran, gracias – o «a pesar de» – un inicio de rollo indie en el que Soberón usa un tono vocal relajado que se me asemeja al de Santi Balmes de Love Of Lesbian, y eso no es algo que me agrade mucho, pero la progresión que sigue el corte hace que vaya ganando fuerza y llegue a enganchar. El ecuador del álbum lo forman las instrumentales «Un Descenso Al Maelström» y «El Mar De Los Sargazos». Ambas se complementan porque si bien la primera se muestra oscura e inquietante, la segunda es más etérea y relajada, profundizando en el alma post-rock del grupo. «Material Escolar» tiene también ese toque indie, e incluso dream pop, que irremediablemente forma parte de la ecuación pero ejecutado con elegancia. Un corte cuyo sonido nos puede llevar a pensar en bandas como Madera (antes Maderacore). «La Calidad Del Sueño» y «A La Luz De Los Hechos» retoman los sonidos un poco más gruesos, los riffs recuperan protagonismo e incluso aprecio un cierto toque a Chevelle en las guitarras del último, donde también es destacable el aporte vocal femenino a cargo de Mawy Sangrador, que aparece diseminado por distintos momentos del álbum. El final del redondo llega con dos costes que rebajan la tensión: el breve y preciosista «Resolución» es un ejercicio de post-rock relajante que finaliza empalmado con «Algún Buen Final Tiene Que Haber», un tema que sigue la misma senda y acaba seguido de varios minutos de silencio que nos hacen pensar que va a haber un bonus track oculto, como se llevaba sobre todo en los primeros oo’, pero no, solo hay silencio, silencio y al final unos diez segundos del riff del tema inicial, «La Esquina Segura», que se corta abruptamente como tratando de cuadrar el círculo místico en el cual nos han confinado durante una hora.
Lo mejor: «El Dialogo Interior» es un disco muy trabajado donde está cuidado hasta el más mínimo detalle. El rock progresivo es el hilo conductor, y las pinceladas de post-rock, stoner e indie le aportan los múltiples matices que lo convierten en un disco sorprendente e impactante.
Lo peor: Todavía no he escuchado un álbum (no valen los «grandes éxitos») que sobrepase la hora de duración y no se me llegue a hacer pesado. Éste no es una excepción.
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