Cuando acabe el año aparecerán las listas de los mejores discos del año, las mejores portadas, los grupos revelación, etc, y aparecerán también los mejores conciertos del año. En el imaginario colectivo, tanto en el de los medios especializados como en el de los amantes de la música en general, aparecen siempre los grandes estadios, pabellones o festivales; conciertos multitudinarios de superestrellas de la música. En ninguno aparecerá el directo de Los Brazos, pero claro, eso es porque no estuvieron el pasado sábado en la sala Siroco.
Habían pasado ya las 22:00 cuando con total naturalidad el trío vizcaíno se presentó en el escenario, enchufó sus instrumentos con calma – esa calma que precede a la tormenta – y comenzó a repartir cera de lo lindo. Antes de que comenzara la actuación, los allí presentes ya sufríamos el calor endémico de la sala Siroco, pero fue con el rock & roll de Los Brazos cuando aquello se convirtió en una auténtica olla a presión. «Koki» Chamorro a la batería demostraba su pegada, y acompañado de «Txemi» Gándara – toda una bestia a las cuatro cuerdas – formaba las características bases rítmicas contundentes sobre las que después se luce «William» Guitiérrez tanto con sus riffs como con sus solos de guitarra. ¡Qué manera de tocar tienen estos tíos! Quizá lo que más destacaría de ellos es esa habilidad para ser Led Zeppelin y de repente Stray Cats, hacernos creer que estamos viendo a The Who y al instante siguiente a los Black Crowes, y todo ello sin dejar de sonar a Los Brazos, porque sí, tienen un sonido propio y reconocible. Quizá no inventen nada nuevo, pero manejan a la perfección todos los recursos tanto del rock & roll americano como del británico, y los hacen suyos demostrando que no se les pone nada por delante ¡que para eso son de Bilbao! La velada avanzaba al veloz ritmo del rockabilly de «Say My Name», con la fogosidad de la sublime «Cold» – qué ironía el título ¿verdad? – y con la emotividad de «Fearless Woman». Pero si hay un momento emotivo en sus shows ese es cuando Willy se aparta de su micrófono para tocar el efectista solo de «Tales» aderezado con delay justo antes de cantar a pelo la estrofa que precede a su estribillo. Los pelos como escarpias. Otro de los momentos sensibles es cuando interpretan «Magic», por lo que rodea a esta canción cuyos royalties van destinados a la Asociación Anita y al estudio del Cáncer del Desarrollo contra el que lucha. Un gesto de lo más loable.
La banda se lo pasa bien en directo y eso se nota, no en vano estaban presentando su último disco «Live 2015-2017» que es un álbum grabado precisamente en directo, y que tan buena aceptación está teniendo. Son tres amigos que llevan ya muchos años tocando juntos y la complicidad se aprecia en todo momento. ¿Que alguien se cuela al arrancar «Black Sheep»?, pues no pasa nada, se echan unas risas, empiezan de nuevo y santas pascuas. Todo fluye con espontaneidad y se marcan uno de los temas más rocanroleros del show y nosotros lo disfrutamos como si no hubiera mañana. Lo raro es que no les ocurran más veces estas cosas cuando salen a tocar sin set list, pero ellos se lo pueden permitir por lo que decía antes, se conocen a la perfección y conocen el oficio. La temperatura seguía subiendo y mientras temíamos por la integridad de un «Willy» que se iba en sudor, él bromeaba con el asunto y continuaba haciendo alarde de sus virtudes como guitarrista y vocalista (tremendo en este aspecto), mientras «Txemi» no paraba de moverse por el escenario y derramar cerveza por el suelo, sin querer ¿eh?, son gajes del oficio… «The Rain» es una de las primeras canciones que compusieron como banda y por lo tanto una de a las que más cariño le guardan. De ella nos contaron la anécdota de entrar hace años en una cafetería de Madrid y encontrársela sonando en la radio, concretamente en Radio 3, lo cual debe impactar cuando no eres un grupo mainstream ¿y por qué no lo son? pues eso podría dar para un largo debate, pero yo simplemente haré una pequeña reflexión al final de estas líneas.
Las casi dos horas de actuación finalizaron, como no podría ser de otra forma con su himno «Not My Kind», ese country acelerado cuyo riff principal le encanta corear a sus incondicionales como hacen los futboleros con el de «Seven Nation Army» de los White Stripes, en ese caso sin tener ni idea – en el 90 % de ellos – de de donde viene el cántico. ¡Aquí vaya si lo saben! y Los Brazos se gustan, alargando la canción para prolongar la comunión con unos seguidores que estábamos dándolo todo pese al agotamiento. Y cuando creíamos que ese era el broche final, Willy se cambia de guitarra y se arranca con los acordes de «Free Bird» de Lynyrd Skynyrd. Toda una sorpresa cerrar la actuación con una versión, y más con una de este calibre, pero así fue, un épico final a una noche que de no ser porque estuvimos apunto de desfallecer deshidratados hubiésemos deseado que no acabara nunca. Salimos a la calle a coger aire, con la sensación de haber vivido una noche mágica y con la emoción a flor de piel. Tocaba volver a casa y darnos de bruces con la cruda realidad: montas en el metro y compartes vagón con un numeroso grupo de adolescentes que están haciendo allí mismo el botellón mientras nos ponen reggaeton en sus altavoces bluetooth. Estamos en España en 2018. Quizá esa es la explicación de por qué un grupo con este talento no es mainstream, tampoco son los únicos, ni mucho menos, pero eso, por desgracia, no es muy esperanzador…
PD: a los señores de Siroco. Tienen una sala con un gran sonido. Lo más difícil lo han conseguido, ahora solo falta que mejoren el tema de la iluminación (dificulta mucho el trabajo a los fotógrafos) y sobre todo ¡pongan aire acondicionado, por Dios!
No te pierdas nuestra amplia galería fotográfica del concierto
0 comments