¡Ya teníamos ganas de concierto! Desde julio que no presenciaba uno en condiciones, había un poco de mono ya, y pocos eventos más propicios para desquitarse que aquel que teníamos marcado en la agenda desde hace tantos meses, el 9 de octubre en La Riviera. Sí, ese era el día escogido por Volbeat para presentar su nuevo disco «Rewind, Replay, Rebound» en la emblemática sala madrileña que, a todas luces, se les quedó pequeña. Colgaron el cartel de «no hay entradas» meses atrás, lo cual no es de extrañar debido a la gran popularidad que está adquiriendo la banda danesa en los últimos años, y si además el cartel lo completan dos bandas del calibre de Baroness y Danko Jones pues el éxito está asegurado. Ahora bien, hay que ser justos, dudo que a los promotores en España les salga rentable traer a Volbeat a un gran pabellón como ocurre en otros países; en cualquier caso, su carrera ascendente nos hace verlos como uno de esos pocos aspirantes serios a ocupar el trono de los dinosaurios que abarrotan estadios hoy en día (que son los mismos que lo vienen haciendo desde hace décadas) así que tiempo al tiempo…
El concierto tenía unos horarios ciertamente inusuales, y más aún teniendo en cuenta que era un miércoles, por lo que me perdí prácticamente entera la actuación de Danko Jones, y no fui, ni mucho menos, el único. Las 18:30 es muy temprano y la mayoría de la gente no ha abandonado sus puestos de trabajo o no lo ha podido hacer con la suficiente antelación como para poder llegar a esas horas a la sala, por lo que el show del trío canadiense debió quedar, según me contaron, algo desangelado pese a la energía que le pusieron tanto el grupo como los seguidores que sí pudieron adaptarse al horario europeo. Yo accedí rozando las 19:00 por lo que pude disfrutar de su hit «My Little RnR» y de su clásica despedida con el público coreándolo con la coña sobre su nombre que tanto le gusta: «¡Dancojones! ¡Dancojones!»
Tras la media hora que se dan entre actuación y actuación aparecieron en escena los Baroness, cada uno enfundado en una camiseta de una banda diferente (John Baizley en una de Black Flag, Nick Jost en una de King Gizzard & The Lizard Wizard y Gina Gleason en una de Deafheaven) menos el batería, Sebastian Thomson, que directamente no necesita ninguna. Este mosaico de camisetas da buena muestra del eclecticismo de su propuesta y también de que quizá no era el grupo más apropiado para encajar en este cartel. Su indescriptible estilo que conjuga elementos de sludge, metal, stoner, punk, prog y un sinfín de subgéneros más dentro de lo que llamamos el rock alternativo no acabó de enganchar a un público que, en su mayoría, esperaba un sonido más acorde al de los protagonistas de la velada. En cualquier caso, guste más o menos su música, lo que nadie les puede reprochar es su actitud sobre el escenario. La intensidad que desprende John Baizley es innegociable y los psicodélicos juegos de guitarra que se trae junto a una Gina Gleason que se adaptado de forma espectacular a la banda, quedaban, a menudo, ensombrecidos por la maraña de sonido y la sobreexposición de unos graves que en ocasiones hacían imperceptible sus voces. Sonaron temas de su último disco «Gold & Grey», como «Tourniquet» o «Front Toward Enemy» y también interpretaron algunos de los más representativos de su vieja discografía como «March To The Sea» o «Isak». Yo eché de menos clásicos como «Chlorine & Wine» y (sobre todo) «Eula», temas con más mojo y también ligeramente más pausados, supongo que por ello no los incluyeron en su set list. El cuarteto de Savannah decidió apostar por un repertorio más potente, dejando un sabor agridulce entre los presentes.
Recién sobrepasadas las 21:00 y con la sala convertida ya en un hervidero saltaban los daneses al escenario tras esa forzada mezcla del “Born To Raise Hell” de Motörhead con el “Red Right Hand” de Nick Cave And The Bad Seeds. No cabe duda que la serie Peaky Blinders les gusta a los Volbeat, imitando su estética en la portada de su último disco y en la indumentaria de Rob Caggiano y especialmente en la de su bajista Kaspar Boye Larsen (bigotito incluido). Demostrando que venían a arrasar y que no pensaban hacer prisioneros, una vez que Michael Poulsen agarró la guitarra y Jon Larsen comenzó a darle al doble bombo, arrancaron con un clásico como «Hallelujah Goat», que seguido de otro himno como «Lola Montez» sirvió para poner La Riviera patas arriba a las primeras de cambio. Se notaba que Madrid tenía hambre de Volbeat y el público no cesó de corear todas las canciones a pesar de la sobriedad de un Poulsen que no interactuó demasiado con los presentes, eso sí, estuvo espectacular a las voces. La producción tan reverberizada que usa en estudio no se dio en directo y le sentó realmente bien, demostró que con un sonido más limpio cumple a la perfección y que posee un chorro de voz envidiable pese a las dudas que algunos tenían debido a que trascendió que había sufrido problemas vocales en los días previos. El karaoke no cesó ni cuando llegó el turno de «For Evigt», uno de sus grandes éxitos cuyo estribillo en danés también se atrevieron a cantar sus fans. Faltó la colaboración de Johan Olsen en este tema, no así más adelante la de Danko Jones que volvió a subir al escenario para acompañar a la banda en «Black Rose», interpretando de este modo otro de los temas más conocidos de un «Seal The Deal & Let’s Boogie» (2016) que se vio bien representado en el set list de los de Copenhague.
Michael Poulsen, guitarra acústica en ristre, interpretó la primera estrofa del «Ring Of Fire» del gran Johnny Cash a modo de introducción para una apoteósica «Sad Man’s Tongue». No fue el único guiño de la noche, los más evidentes el que hacen a Elvis Presley en «Pelvis On Fire», perteneciente a su flamante álbum, o a Slayer en la brevísima «Slaytan» que empalmaron a «Dead But Rising». Entre los muchos momentos destacables de su actuación cabe recordar el momento en el que tocaron «Fallen». Uno de sus mayores himnos, auténtico rock de estadio, que desde el riff inicial levantó a todo al mundo. Me sorprendió que fuera la única canción en caer de «Beyond Hell / Above Heaven» (2010); eché mucho de menos en el repertorio canciones como «A Warrior’s Call», «Heaven Nor Hell» o «Thanks», la cual vendría de perlas para cerrar el bolo, pero bueno, con una discografía tan sólida donde hay tanto para escoger ésto suele pasar, y más si preparas un show de apenas hora y media.
«Die To Live» fue uno de los temas nuevos que mejor funcionó y sirvió para asomarnos a unos bises que iban a llegar después de la efervescente «Seal The Deal» y el single «Last Day Under the Sun» que tiene madera de hit mainstream: riff brillante, melodía pegadiza y un estribillo sencillo y repetitivo que se graba a fuego y que a decir verdad, gana en directo al prescindir de los coros gospel de la versión del álbum que lo hacen un poco cargante en el tramo final.
Tras la cerrada ovación y el par de minutos de ausencia sobre las tablas, Volbeat regresarían para iniciar la traca final con «The Devil’s Bleeding Crown». Una tanda final más que satisfactoria que completarían con la accesibilidad de «Leviathan», con la frenética oscuridad de «Pool Of Booze, Booze, Booza» (única representante de su debut «The Strength The Sound The Songs» de 2005) y con la ya clásica elegida para cerrar «Still Counting» que alberga desde esa intro de rollo reggae hasta la parte en la que Poulsen se arrancó con guturales provocando incluso unos pequeños pogos tras desatarse un wall of death reclamado por el propio vocalista. Así se puso final a una noche de ROCK con mayúsculas en la que hubo «pros» como ese detalle de tener los tres micrófonos del escenario preparados y ecualizados para que Michael Poulsen pudiera cantar en cada uno de ellos, alternando así su posición en el escenario con Rob Caggiano y Kaspar Boye Larsen para que todos los fans de la parte delantera pudieran disfrutar de sus ídolos de cerca, y «contras» como la poca interacción verbal que tuvieron con el público. En cualquier caso, un show de alto nivel que demuestra que Volbeat ya no son el futuro sino que son el presente, le pese a quien le pese.
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